Farrique Pesquera

Horas antes del primer Mensaje de Situación de Estado de Jenniffer González, el comisionado residente Pablo José Hernández declaró que este gobierno “vino defectuoso de fábrica”. Su analogía fue sencilla: como un aparato tecnológico que no sirve y se intenta reiniciar, así va la administración PNP. Lo que no dijo —o no quiso reconocer— es que él también forma parte de esa misma fábrica. Y que su propuesta de “refundar el Estado Libre Asociado” es igual de defectuosa.
La crítica del comisionado no es una ruptura, es una disputa entre piezas mal calibradas. Jenniffer González representa un gobierno sin dirección; Pablo José, una colonia con memoria editada. El primero quiere gobernar un país que no le pertenece; el segundo quiere resucitar un estatus que nació bajo control ajeno. Ambos comparten la misma lógica: administrar lo que no se atreven a transformar.
El ELA, aunque aprobado por voto en 1952, fue un producto diseñado desde el Congreso de los Estados Unidos. Fue una fachada: Puerto Rico cambiaba de nombre, pero no de relación. No ganamos soberanía; ganamos una constitución subordinada. El llamado “pacto” no fue pacto, porque nunca tuvo fuerza vinculante para quien retuvo el poder. Lo que se nos vendió como un nuevo contrato fue, en realidad, una renovación del colonialismo con otro empaque.
Hoy, Pablo José intenta revender ese mismo producto como si con nuevas palabras se corrigiera el defecto de origen. Pero no hay rediseño posible cuando el poder de decisión sigue estando fuera. Refundar el ELA es como pintar un ataúd: podrá verse distinto, pero el cadáver sigue dentro.
Y Jenniffer González no se queda atrás. Su intento de “reiniciar” el gobierno seis meses después de asumir el cargo no es más que un acto de cosmética. No tiene plan de país porque no cree en un país; cree en una estadidad imposible, vendida a costa de la dignidad. Su gestión es un reciclaje de promesas muertas, mientras entrega el aparato del Estado al caos y al desgobierno.
Ambos coinciden en aplaudir la transición del PAN al SNAP, como si eso fuera una victoria. Pero no hay dignidad en administrar la pobreza bajo mandato ajeno. La dependencia no se supera con más dependencia maquillada. Se supera reclamando control sobre nuestras políticas, nuestros recursos y nuestro destino.
La escena del supermercado Econo en Guaynabo lo dice todo. Ahí estaban Pablo José y el congresista Hakeem Jeffries, caminando entre góndolas como turistas de la crisis. El costo de vida es una realidad cotidiana para el pueblo, pero para ellos es un evento de prensa. El problema no es solo económico, es político: no controlamos ni lo que comemos ni lo que decidimos.
Defectuosos son los dos. No porque no sepan operar el sistema, sino porque se han convertido en defensores de un sistema que nos mantiene colonizados. Uno, prometiendo un ELA reciclado; la otra, vendiendo una estadidad que ni sus aliados en Washington creen posible.
El pueblo puertorriqueño no necesita técnicos de fábrica. Necesita libertad para diseñar su propio destino.
Publicado originalmente en Facebook
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