Por Reynaldo Morales

El 7 de diciembre del corriente el presidente del Perú, Pedro Castillo Terrones fue por lana y salió trasquilado. Poco minutos antes del mediodía se presentó a dar el anuncio de la disolución del Congreso peruano y hora y media después, en una declaración conjunta del ejército y la policía, se anunciaba que no sería respaldado por ser una acción inconstitucional.
Entre las doce del mediodía y la una y treinta de la tarde se produjeron declaraciones por las redes sociales que atestiguan cuan solo estaba él que hacía un año y medio conquistaba el poder político de la presidencia en el Perú, gracias al voto de las mayorías campesinas y populares. Minutos después de las doce del mediodía se desata una ola de renuncias de ministros por las redes sociales (ya no hacen falta las cartas de renuncia) y con ellos también su abogado. Se mudaron hasta las cucarachas y la soledad entró al palacio como cuando se va la luz. Quienes le susurraron al oído que disolviera el Congreso no emitieron palabra alguna. Hasta el día de hoy parece ser un pronunciamiento inconsulto.
A las doce y veinticinco de la tarde se convoca a plenaria a los miembros del Congreso. Así se adelantó la votación de la moción de vacancia de la presidencia de Castillo que se había señalado para las tres de la tarde. Pocos minutos después de las doce y media la fiscal del gobierno también le exigió a Castillo respetar el estado de derecho y la constitución del Perú. Todo estaba respetado menos los derechos de Castillo. La vicepresidenta Dina Boluarte, que juró defender a Castillo hasta el final, minutos después de la una abandonó el barco y acusó a su presidente de golpista.
Ya estaba todo decidido antes de las dos de la tarde cuando había quedado destituido y solo faltaba el arresto del presidente que fue interceptado camino a la embajada mexicana poco después de las dos y treinta de la tarde. Antes de las cuatro de la tarde fue juramentada la nueva presidenta del Perú. Ya a minutos antes de las cinco de la tarde la fiscal presentó cargos por rebelión por haber violado el artículo 346 del Código Penal peruano. Así queda consumado otro golpe blando en América Latina que fue reconocido en menos de 24 horas por el gobierno norteamericano.
Se debe destacar que la indignación del pueblo peruano se empezó a manifestar desde esa misma tarde. Las protestas se suceden y los reclamos son justos y claros. El saldo de vidas llega a más de cuarenta personas y ya se perfilan elecciones adelantadas. Aquí se puede decir que la presidenta Boluarte, para su fementida lealtad al marxismo leninismo del Partido Perú Libre, puede ser sacrificada para apaciguar las masas porque consumada la traición no hace falta el traidor dice el refrán.
Pedro Castillo enfrentó una de las oligarquías latinoamericanas más feroces. Con un fuerte desprecio a los indígenas y a todo lo que se asemeje. Son despreciados por ser “cholos y serranos”. La oligarquía peruana controla, además del Congreso y el poder judicial, la economía, los medios y los poderes castrenses. Llegar hasta la presidencia fue una épica de un proceso electoral de doble votación con fuerte reverberación a nivel mundial. Ganó la segunda vuelta con el respaldo del Partido Perú Libre de confesión marxista leninista. Pero tenía en su contra los otros poderes públicos y privados. Tardó 42 días en ser nombrado presidente. Quiso aplacar a sus enemigos distanciándose de sus socios electorales y abandonó sus propuestas de campaña. Pecó de no organizar ni movilizar su base popular que fue quien lo llevó a la silla presidencial ya la vez era su mejor garantía de permanencia en el poder. Pagó muy caro ligarse a los tibios de la izquierda “progresista”. No hay más que ver hoy las protestas en las calles del Perú para comprobar cuán valioso es ese apoyo del pueblo y cuán nefastas son las malas compañías.
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