En las pasadas semanas el pueblo de Puerto Rico y muchos otros países paralizaron sus economías. Vivimos una cuarentena colectiva para frenar la incertidumbre y la
tragedia desatada a nivel mundial a raíz de la pandemia del COVID-19.
Esta enfermedad es provocada por un coronavirus anteriormente desconocido (SARS-CoV-2). Al presente, la pandemia está en una fase expansiva descontrolada con unos 495,000 casos confirmados. De estos, 22,300 han fallecidos, 350,000 padecen la enfermedad y apenas 120,000 están “recuperados”. Sin embargo, esos números no son un reflejo exacto de la realidad porque en muchos países se niegan o no tienen las pruebas necesarias para identificar la magnitud real del desastre. ¿Cómo explicar que en pleno Siglo XXI se desate una pandemia tan severa y extensa? Para contestarnos la pregunta hay que dar un paso atrás en el tiempo y a partir de nuestra realidad puertorriqueña comprender la responsabilidad del sistema capitalista mundial en esta debacle.
El 30 de junio de 2016, un día antes de que el Gobierno de Puerto Rico incumpliera el pago de la deuda pública que asciende a unos $70,000 millones, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley PROMESA. Ésta impuso la nefasta Junta de Control Fiscal Imperial para que el capital financiero de Wall Street ejerciera el control directo de la colonia y cobrar sin auditar, miles de millones de dólares de deuda pública bajo condiciones extremadamente onerosas para el pueblo. De ese modo pretenden reactivar el mecanismo de explotación colonial mediante el pago de miles de millones de dólares por concepto de intereses. Para lograr ese fin, están llevando nuestro pueblo a la miseria, pretenden: aumentar el Impuesto de Ventas y Uso (IVU), el agua y la luz; menoscabar las pensiones de los empleados públicos activos y jubilados; reducir y privatizar servicios esenciales como el agua, la electricidad, educación y la salud.
El empobrecimiento y la precarización de servicios esenciales del pueblo de Puerto Rico ha creado condiciones favorables para el avance de diversas epidemias como el SIKA, Dengue y ahora el COVID-19.
La imposición de la Ley Promesa es una expresión clara de que tanto el gobierno colonial, como el de Estados Unidos, no están por el bienestar de nuestro pueblo. Ellos son instrumentos que garantiza, en primer lugar, las ganancias de la alta burguesía de ese país que controlan la banca y el complejo industrial-militar. En segundo lugar, el enriquecimiento de la mogolla de contratistas y políticos corruptos; paracitos del gobierno colonial.
El 20 de septiembre de 2017 el centro del Huracán María, categoría 4, impactó a Puerto Rico. Previamente golpeo a las islas municipio de Vieques y Culebra con fuerza de categoría 5. Ciertamente, María fue un huracán intenso, pero – ¿cómo explicar la muerte de más de 3,000 personas? En el 1928, cuando no había televisión, apenas algunos radios y las casas eran mayormente de paja, la isla fue azotada por el Huracán San Felipe con vientos de 200 millas por hora (260 kph) y sin embargo, provocó la muerte de apenas 300 personas.
El Huracán María no fue el que mató a miles de puertorriqueños. El gobierno no tomó las medidas de prevención y los servicios, equipos y facilidades existentes no estuvieron disponibles para socorrer a los damnificados, especialmente a los enfermos y ancianos. La desgracia de todo un país se convirtió en un negocio monumental para saquear fondos públicos locales y federales, con la complicidad de FEMA y del Gobierno de Ricardo Rosselló. Evidentemente, tanto el gobierno colonial como el de Estados Unidos no respondieron a las necesidades del pueblo. En ellos pudo más el interés de garantizar las ganancias de contratista capitalistas, que el deber de servir a la gente. Fue la avaricia del capital quien realmente mató a más de 3,000 puertorriqueños y puertorriqueñas.
En diciembre de 2019, en la ciudad de Wuhan localizada en el centro de la República Popular de China, se identifica una epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS); es decir, una neumonía más virulenta y con mayor mortandad que la epidemia anterior que afecto a 24 países entre los años 2002 hasta el 2004; y que la epidemia producida por otro coronavirus originado en Arabia Saudita en el 2012. En diciembre de 2020, China identifica el nuevo virus que provoca la nueva epidemia de COVID-19, comparte el código genético para facilitar a nivel mundial la producción de una vacuna y alerta sobre el peligro de la eminente pandemia.
A diferencia del 2002, la pandemia del COVID -19 se propaga por un planeta deteriorado por años de neoliberalismo y en el cual existía una profunda crisis del sistema capitalista mundial. Previo a la pandemia, era evidente que el planeta se movía hacia una depresión económica mucho peor que la del 2008. Peor aún, ese largo periodo neoliberal produjo al empobrecimiento de millones de personas y también el desmantelamiento y privatización de servicios esenciales, particularmente los de salud. El capitalismo neoliberal además produjo guerras brutales para saquear múltiples países en África, América, Europa y Asia. Por consiguiente, la pobreza y las guerras provocaron la migración forzosa de millones de personas y la proliferación de campamentos de refugiados por todo el planeta; sin las mínimas condiciones de salubridad.
En ese escenario de crisis capitalista tan destructiva es que Estados Unidos, Inglaterra y la Comunidad Europea inicialmente prefirieren proteger sus economías a sabiendas de que exponían a la muerte a cientos de miles de personas. Para los capitalistas y sus gobiernos lo importante fue garantizar sus ganancias, aún a expensas de nuestras vidas. No tomaron en cuenta que años de austeridad y privatizaciones también debilitaron en sus respectivos países los servicios de salud; a tal grado que trágicamente la pandemia avanza a un ritmo demoledor tanto en el pueblo de los países supuestamente desarrollados como en los periféricos, empobrecidos por el coloniaje y las guerras.
Es indignante ver como el presidente Trump y la inmensa mayoría de los congresistas se unen para entregar más de un trillón de dólares del pueblo para el rescate de la banca, las líneas aéreas y la industria, que han acumulado fortunas incalculables a expensas de los pueblos del planeta que están destruyendo. Mientras esos gobiernos le sirven manjares a sus respectivas burguesías capitalista, vemos como en Estados Unidos, Demócratas y Republicanos están en una lucha electorera para ofrecerle migajas un pueblo que necesita un sistemas público de salud universal, el derecho de todos trabajadores a licencia por enfermedad, empleo justo y sobre todo, paz.
La realidad es que no puede explicarse meramente por la incapacidad de los líderes políticos los más de 3,000 muerto a raíz del Huracán María, la torpeza del gobierno para socorrer a los damnificados del sismo del 7 de enero en el sur oeste de la isla, la imposición de una Junta de Control Fiscal o la incapacidad de las potencias capitalistas para contener la pandemia del COVID-19. El problema de fondo está en un mal social sistémico. Ese mal es el sistema capitalista que privilegia las ganancias privadas de la clase burguesa sobre el interés social de los pueblos.
Para enfrentar la pandemia, al menos es imprescindible: (a) la colaboración internacional entre los pueblos; (b) detener el bloque contra pueblos como Irán, Cuba y Venezuela; (c) eliminar el afán de lucro como eje central de la investigación científica; (d) detener las guerras de rapiña y el empobrecimiento del pueblo pues crea las condiciones favorables para el progreso la pandemia del COVID-19 y de muchas otras enfermedades provocadas por la falta de prevención, la pobreza y la destrucción del ambiente.
Así como en el 1918 la terrible I Guerra Mundial y la rapiña colonial crearon condiciones para que más de 50 millones de personas murieran por efecto de la pandemia de Gripe Española (que se originó en USA – Kansas); hoy el COVID-19 avanza sin control gracias al sistema capitalista que está destruyendo el planeta y la humanidad; y que ha convertido el capital en un ídolo, que por más de 200 años han ungido con la sangre y el dolor de los pueblos.
Nota: Estás son expresiones del compañero Rafael Feliciano Hernández en el programa POR LA CALLE DEL MEDIO el jueves 26 de marzo de 2020.
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