Juan Mari Brás –
“La Resolución 1514(XV) parte de las premisas muy categóricas: el colonialismo no tiene
justificación alguna; el derecho a la soberanía es inalienable, no puede renunciarse. Por tanto, los requisitos son igualmente categóricos: transferencia de todos los poderes a los pueblos coloniales, para permitirles gozar una libertad y una independencia completa. Por primera vez se hace claro que la independencia es requisito previo a la libre determinación. La independencia no es un posible resultado de la libre determinación, sino su causa. Un pueblo no puede auto determinarse si primero no se la ha reconocido plenamente su independencia.”
Epístola de paz a Juan Mari Brás
¿No ha de haber un espíritu valiente,
siempre se ha de sentir lo que se dice,
nunca se ha de decir lo que se siente?
Francisco de Quevedo y Villegas
Dígame, Juan, usted que se conoce
esta Patria al derecho y al revés,
¿por qué hemos de sufrir viviendo el roce
de la muerte y saberlo y a la vez
ser como somos, valerosos, buenos,
pueblo que se reafirma en lo que es?
pese a que la barbarie de los truenos
hizo de Vieques un sifón de vidas,
el trágico jardín de los venenos.
Aquí sigue de pie en las redimidas
playas la dignidad; el desafío
de Rubén; de Ismael, las encendidas
redes de los Zenón; el poderío
de los niños, ancianos y mujeres
inmenso, frágil, invencible trío-,
convocado en la noche de los seres
de la mar, en la cruz de la tormenta
o el ritual de los amaneceres.
Con Monseñor Corrada y la contenta
comunión de las misa al descampado
en pleno blanco de la acción violenta
de la Marina, territorio ajado
por las bombas, las crueles balas vivas,
que matan con efecto retardado,
ahora por unos meses inactivas
gracias a la presencia persistente
de las fuerzas del pueblo redivivas,
en actitud tenaz, desobediente,
frente a la fuerza torpe del coloso
airado ante el abismo del valiente.
Mueve el pueblo sus signos cautelosos,
listo para avanzar si es necesario
presto a sufrir si el animal vicioso
impone la barbarie del corsario
sobre el derecho a paz de la inocencia
en otro vietnamítico escenario.
Dígame, Juan, usted que, en su decencia,
detuvo el plomo vengador de su hijo,
cuando era el plomo la crucial sentencia,
ante aquel crimen como trueno fijo
entre las sienes del dolor sin tregua,
dígame usted, si no es acto prolijo,
imperioso, fecundo y, a la larga,
justo, volver a Albizu en otro plano,
de la historia pensada como yegua
de la mar, como quiso aquel hermano,
Juan Antonio a luz de su Alabanza*,
cuando describe el golpe soberano
para un hombre cabal que verse patria,
en medio del horror de un pueblo inerte
que desconocía el arca solidaria.
Por eso, Juan, usted que es firme y fuerte,
dígame sí no es justo disparate
disponerse a la llama de la muerte.
Ahora que la traición y el acicate
del miedo ajustan la peor oferta
al pueblo que reclama su combate.
Dígame, Juan, usted que vive alerta,
Si no es mejor echar el resto ahora
que aguardar sin pasión la mala hora,
sin lúcida reyerta
dígame, Juan,
que ya se abre la puerta…
Edwin Reyes
1ro. de febrero de 2000
San Juan
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